Deconstruir “La deconstrucción”
Sobre la vulgarización del uso contemporáneo del concepto pensado por Derrida
Desde hace algunos años resuena mucho la palabra “deconstrucción”. Se ha convertido en una moda ciertamente popular, sobre todo en la juventud, utilizar frases tales como “Te tenés que deconstruir”, “deconstruite” o “hay que deconstruirse”.
Esas expresiones tienen un uso específico: cuestionar, criticar y hasta exigir el cambio o la modificación de ciertos comportamientos, valores e ideologías asociadas con antiguos modelos de masculinidad o feminidad identificados con el “pasado”, con instituciones conservadoras o tradicionales que mantienen con vida al infausto sistema patriarcal[1].
Ahora bien, el concepto deconstrucción, fue originalmente elaborado por Jacques Derrida, como un recurso analítico de la gramatología -ciencia que estudia la escritura. El aporte del filósofo posestructuralista, consiste ofrecer una herramienta para la crítica de textos y discursos. Su objetivo era crear un recurso para la crítica de discursos universalistas aludiendo a que, en definitiva, todos los significantes, es decir las palabras, son el resultado de decisiones arbitrarias. Es por ello que, la deconstrucción, se constituyó en una herramienta de critica a las instituciones políticas.
No hay que naturalizar, lo que es natural. No hay que asumir que aquello que está condicionado por la historia, la técnica, la instituciones o la sociedad es algo natural. (Derrida, 2002)
(…) "deconstrucción" debe entenderse no en el sentido de disolver o destruir, sino de analizar las estructuras sedimentadas que forman el elemento discursivo, la discursividad filosófica en la que pensamos. Esto pasa por el lenguaje, por la cultura occidental, por todo lo que define nuestra pertenencia a esta historia de la filosofía. (Derrida, 2004)
No hay que olvidar que los filósofos son hijos de su época. Y a Derrida le tocó vivir, como francés, la Segunda Guerra Mundial, y como argelino la guerra de independencia de Argelia y su posterior guerra civil. Notablemente influenciado por Heidegger -quien originalmente propuso la “destrucción” de la metafísica-, Derrida adopta esa idea y la reconvierte, en lo que sería uno de sus más grandes aportes a la teoría crítica: la deconstrucción.
Derrida discute particularmente con Ferdinand de Saussure, -un importante referente del estructuralismo-, demostrando que no existen definiciones universales de las palabras y, por ende, cualquier texto escrito responde a cánones de su época. Si no existen definiciones universales de las palabras, difícilmente pueda afirmarse que existan conceptos universales.
Ahora bien, una de las principales problemáticas heredadas, en gran parte por la responsabilidad de su creador, es la vaguedad y la ambigüedad de lo que significa “deconstrucción”. A tal punto que, hacia el final de sus días, desconfiaba del uso que se le daba a su idea. Ejemplo notable de ello, es que desde la publicación de su libro De la grammatologie (1967) hasta el día de su muerte, el interrogante constante en documentales, entrevistas, artículos y exposiciones fue ¿Qué es la deconstrucción?
De los textos y las definiciones dadas, siempre permanecía el dominador común de la crítica filosófica y el análisis discursivo-literario. En este sentido, la deconstrucción no es disolución o destrucción, es una reflexión intelectual. El significado y uso actual, asociado a un cambio cultural o comportamental aplicable a personas o instituciones, es una interpretación que se dio a posteriori y es ajena a su sentido original.
Esto no implica que la deconstrucción no sea inherentemente política. Tal como afirma Catherine Zuckert, el término "deconstrucción" es más que un mero método de interpretación de textos; como tal, es política, no como una práctica física sino intelectiva. Es decir, la técnica de deconstrucción para el análisis de textos es una “acción política” por medio de la reflexión radical que busca superar los límites ideológicos impuestos por parte de discursos y pensamientos políticos dominantes.
Ahora bien, el uso contemporáneo del concepto de deconstrucción intenta ir más allá de las esfera racional-intelectiva hacia un modo de psicosocial. Esta nueva forma de acción busca que los sujetos de crítica -ya no los textos- se despojen de la estructuras y construcciones culturales y psicológicas.
En este sentido, el uso de la deconstrucción se ha transformado en un ejercicio biopolítico[2] y psicopolítico. No solamente es necesario purgarse de ciertas ideas, sino que sino también es necesario incluir una nueva serie de ideas y comportamiento socioculturales. Es decir, una nueva ética y moral (¿feminista?), que en términos derridianos, también puede ser criticable. Más aun, cuando las instituciones estatales e internacionales se apropian de dicho mecanismo.
Si la deconstrucción implica una técnica de pensamiento crítico y de análisis discursivo y literario contra mecanismos de poder político que ejercen influencia de forma directa e indirecta contra los individuos, pues entonces podemos deconstruir la “deconstrucción” contemporánea, justamente por haberse constituido en un discurso político.
Origen y transformación conceptual
La teoría derridiana buscaba no solamente criticar textos, sino el discurso de instituciones políticas dominantes. Lo que originalmente fue concebida como una herramienta de análisis literarios se constituyó en un instrumento de activismo político. Ahora bien, existen al menos dos problemas severos en la transición conceptual de la “deconstrucción”.
En primer lugar, deconstruir, en el sentido de “desarmar”, “despojar”, etc. responde a una idea intelectual puramente filosófica-analítica, la comprensión del texto más allá del texto. El texto en sí mismo queda intacto, somos los seres humanos lo que operamos sobre él desde otros planos que lo incluyen y lo superan. Deconstruir un texto no implicaba un acto de arrebato y furia contra sus páginas; el texto permanece intacto, es el intelecto el verdadero operador.
En segundo lugar, y resulta evidente, los seres humanos no somos textos. La operación de la deconstrucción como acción psicosocial, puede realizarse a fines de la comprensión, autoanálisis, quizás hasta de forma terapéutica. Ahora bien, entendiendo que la acción y el imperativo del cambio responde a un interés específico (como toda acción política), deconstruir -en su significado original- no implica modificar, sino comprender aquello que está al interior y al exterior de un texto. Una buena referencia de lo aquí mencionado se encuentra en “La Farmacia de Platón” escrito por Derrida en 1969.
En tercer lugar, todo discurso que se constituye dominante y por tanto forma parte de acciones políticas estatales, son y pueden ser sujetas de la crítica y por ende ser deconstruidas. Este es el punto fundamental: se puede deconstruir la deconstrucción contemporánea, ya que responde a un discurso con intereses políticos.
Esto ocurre debido a que hay una cierta tergiversación y hasta vulgarización de su sentido original, a tal punto que se ha constituido en un mantra de muchos referentes ideológicos y filosóficos, especialmente el filósofo argentino, Darío “El Deconstructor” Sztajnszrajber.
Impulsando el nuevo resurgir feminista, la llamada “cuarta ola”, se ha alimentado teóricamente de la idea de deconstrucción como mecanismo discursivo y cultural de acción política.
Cabe destacar que la transición de conceptos filosóficos hacia el activismo político no es algo de ninguna forma novedoso. El pensamiento de Derrida -amplio y diverso-, recién empieza a tener trascendencia hacia fines de la década del sesenta. Durante esos años, las ideas de Derrida tuvieron particular notoriedad en diversos movimientos de la época, especialmente en pensadoras, activistas y artistas de la segunda oleada del feminismo tales como Annie Leclerc, Margurite Duras, Julia Kriestava, Luce Irigary o Helene Cixous.
Durante estos años, el pensamiento derridiano sirvió como instrumento analítico de crítica discursiva, manteniendo su tónica académica-conceptual. El espíritu de la protesta y la crítica de aquella época se encuentra muy bien descripta por Eric Hobsbawm (1978) en “Revolucionarios”.
La novedad planteada por la cuarta oleada del feminismo, fue la transformación de un aparato y un mecanismo analítico en un proceso de transformación biopolítica y psicopolítica apoyada tanto por organismos estatales como internacionales. La pregunta que vale la pena entonces hacerse, es ¿Cómo opera el uso contemporáneo de la palabra “deconstrucción?
Vulgarización y bucle infinito.
Cuando hoy alguien dice “tenés que deconstruirte o hay que deconstruirse”, ¿Qué es lo que está realmente diciendo? Vale la pena hacer algunas observaciones.
· Usar la palabra deconstrucción, si bien no es exclusivamente y propia del feminismo, se ha popularizado dentro de dicho circuito identitario socio-político. Su popularización asociada a su cambio de significado, reduce su sentido original quitándole profundidad y arrebatándole su alcance analítico, provocando además contradicciones lógicas.
· El uso es crítico hacia la persona receptora del mensaje. Básicamente apela a un error de juicio o de valor o de percepción, la persona debe cambiar/modificar su pensamiento.
· Se manifiesta en muchas ocasiones, una cuestión teleológica, uno debe deshacerse de ciertas formas de pensar consideras anticuadas o arcaicas. Esto es propio del abordaje teórico-conceptual que reconoce la existencia de un sistema hetero-patriarcal histórico.
· La persona-objeto central de la deconstrucción es el “machista”, o quien todavía posee características que son asociadas al machismo. Definiendo machismo dentro de lo que el movimiento feminista entiende que es el machismo.
Ahora bien, el uso popular de la palabra deconstrucción, padece dos grandes problemas. En primer lugar, se vulgariza su concepto reduciéndolo a una cuestión específica con un fin político determinado. En segundo lugar, cae en una cierta paradoja, al constituirse en un discurso político, tal como lo estamos demostrando, es en sí mismo “deconstruible”.
Las consecuencias del uso contemporáneo del concepto derridiano y su respectiva vulgarización es pues, que la pretensión de quien busca deconstruir, es deconstruible. De esta forma, ante afirmaciones tales como, “tenés que deconstruirte”, se puede responder “vos también”; generando así un bucle infinito, ya que en ambos casos existen estructuras políticas, culturales, psicológicas e institucionales que apoyan el discurso de cada individuo.
No existe tabula rasa en las personas, y si asumimos pues, desde un punto de vista derridiano, que no existen conceptos universales y objetivos, entonces los conceptos propios de los movimientos modernos que utilizan nociones tales como la “deconstrucción” deberían poder reconocer la debilidad inherente de sus propias ideas, o en un camino sin fin, rastrear ad infinitum, aquellos constructos interpretativos que determinan su visión del mundo.
En definitiva, podemos deconstruirnos ad infinitum. El problema es que si todo es subjetivo, esta afirmación no puede ser objetiva.
[1] Se denomina “patriarcado” o sistema patriarcal a toda forma de organización social cuya autoridad se reserva exclusivamente al hombre o al sexo masculino. En dicho sistema, la mujer no asume liderazgo político, ni autoridad moral, ni privilegio social ni control sobre la propiedad. La polémica central se encuentra en sí efectivamente vivimos en una sociedad patriarcal o no, para el movimiento feminista sí, para sus opositores no. [2] En los términos definidos por Michelle Foucault en el “Nacimiento de la Biopolítica” (2007).