En Mar del Tuyú, un delfín agonizó frente a una multitud. No es la primera vez que pasa. Las cámaras lo rodearon, las redes sociales se incendiaron y la indignación se propagó como el eco de una ola. Pero más allá del escándalo inicial, ¿qué revela realmente este incidente sobre nuestra cultura? Quizás más de lo que quisiéramos admitir. La primer reacción es acusar de brutos imberbes a la horda humana que participó del acto. Sin embargo, en segunda instancia, quizas más reflexiva, podemos pensar en la muerte de este delfín como un espejo incómodo de las contradicciones que atraviesan nuestras prácticas, valores y, sobre todo, nuestra relación con el mundo animal. Vivimos en una estructura social fundada en base al maltrato y la crueldad de otros seres.
En Argentina, donde la carne de vaca es un emblema cultural, la idea de matar un delfín resulta casi sacrílega. Pero si analizamos esto desde un punto de vista práctico, nuestras decisiones alimentarias parecen estar en constante contradicción con la geografía y los recursos que nos rodean. Somos un país que vive de espaldas al mar, a pesar de que gran parte de nuestra proteína podría provenir de él.
La cultura argentina se forjó en la vasta pampa, al ritmo de la ganadería y la carne vacuna, y se consolidó con un asado como eje de identidad. Sin embargo, Argentina es también un país marítimo, con miles de kilómetros de costa y una rica biodiversidad marina. En teoría, nuestra dieta podría haberse inclinado hacia los recursos del océano, como ocurre en Perú o Japón, donde el pescado y los animales acuáticos son esenciales para la alimentación. Pero no lo hicimos.
Aquí surge una contradicción esencial: si nuestra dieta estuviera guiada únicamente por criterios de practicidad y acceso a recursos, tendría sentido que los argentinos consumiéramos más pescado e incluso animales marinos como el delfín, siguiendo ejemplos internacionales. La vaca ni siquiera es originaria del continente americano y son sagradas en la India. Pero nuestras decisiones alimentarias no están regidas por la lógica ni la practicidad; están moldeadas por una narrativa cultural que priorizó lo terrestre sobre lo marítimo. En esa narrativa, el delfín dejó de ser un recurso potencial y se transformó en un símbolo, un animal que no debe ser tocado, mucho menos consumido.
¿Por qué no delfín a la parrilla?
No hay una respuesta lógica, sólo una construcción cultural. En países como Japón, el delfín es visto como parte de la dieta, una extensión de la relación práctica con el océano. En Argentina, su figura está revestida de una idealización casi romántica. Asociamos al delfín con la libertad, con lo lúdico, con lo salvaje. Lo hemos convertido en un animal sagrado, no porque su consumo sea impráctico, sino porque nuestra cultura lo ha colocado fuera del alcance de la cocina.
Lo que se observa es una hipocresía cultural y una moral selectiva, una verdadera contradicción ética.
Esta contradicción no solo refleja una desconexión con el mar, sino también con nuestros propios principios. Nos conmueve la muerte de un delfín en su hábitat natural, pero aceptamos sin pestañear la muerte de millones de vacas en sistemas industriales. La vaca, en nuestra narrativa cultural, no es un símbolo de libertad ni de conexión con la naturaleza; es un recurso. En cambio, el delfín se convierte en un ícono que despierta nuestra indignación y sensibilidad, no porque sea intrínsecamente más valioso, sino porque lo hemos decidido así.
Una invitación a la reflexión
El caso del delfín en Mar del Tuyú no solo es una tragedia, sino también una invitación a cuestionar nuestras propias contradicciones. ¿Qué pasaría si dejáramos de lado nuestras categorías culturales y viéramos a los animales por lo que son, no por lo que representan? ¿Qué sucedería si extendiéramos la misma sensibilidad que mostramos hacia el delfín a todos los animales que comparten este planeta con nosotros?
La muerte de este delfín no debería ser solo un motivo de indignación, sino un punto de partida para replantearnos nuestra relación con el mundo natural. El mismo día que murió un delfín en Argentina, se faenaron mas de 35.000 vacas. Tal vez sea el momento de preguntarnos si nuestras tradiciones reflejan los valores que decimos defender, o si simplemente perpetúan un sistema de hipocresías culturales. Y quizás, al hacerlo, descubramos que el problema no está en el delfín ni en quienes lo rodearon, sino en una cultura que ha olvidado cómo respetar la vida (y la muerte).
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