Esta vez me toca a mi. Este es un set que grabé en ocasión de un asado entre amigos.
Hay que embellecer todos los momentos y la música siempre lo logra. También sirve para leer lo que en gran medida será parte de mi manifiesto.
Del monte en la ladera
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera,
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto.
Fray Luis de León, Vida Retirada.
Si tuviera que sintetizar la utopía definitiva que incluye autonomía estratégica, seguridad alimentaria, salud poblacional, bienestar, libertad individual y social y todo aquello que conlleva una buena vida o una vida deseable para vivir, lo haría con un solo concepto: Huerto Propio.
El huerto propio es una idea que atraviesa transversalmente dicotomías establecidas: desde liberalismo hasta el socialismo, desde el kibbutz hasta el monasterio, desde Aleksandr Dugin hasta el Dalai Lama o desde Juliana Awada hasta Juan GraboisL la idea de trabajar la tierra es àpice de un deseo civilizatorio de bienestar. Encuentran su lugar allì los adictos y los monjes, los ricos y los pobres.
En algún artìculo anterior propio reduje la promoción de esta suerte de idea en el concepto de Solarpunk. Tomé prestada esa palabra con fines meramente estéticos, pero es necesario darle forma y reconceptualizar para no perderse en lo ornamental. Es necesario volver a plantear utopías para saber hacia dónde vamos y/o hacia dónde queremos ir. Estas ideas no implican un mandato forzoso, sino una opción posible para aquellos que deseen mantener el control y la soberanía sobre nuestros propios cuerpos. Hemos delegado demasiado en el Estado y en el Mercado algo que corresponde a nosotros mismos.
La Tragedia de Nuestra Época
La principal causa de muerte en el mundo está asociada a enfermedades cardiovasculares y cardíacas. ¿Cuál es la principal causa de las enfermedades cardiovasculares? Alimentación y estilo de vida. Es decir, la gran mayoría de las muertes que se registran en el mundo están directamente asociadas al sistema en el que vivimos que influye directamente en nuestro estilo de vida.
La periferia latinoamericana no escapa a las lógicas internacionales, empeoran. A los problemas de salud cardiacos se le agrega malnutrición (obesidad, desnutrición, etc). Más de un 50% de la población de nuestros países se encuentra malnutrida. Las cifras empeoran con los niños.
Una de las tragedias de nuestra época es la cantidad de comida desperdiciada en sociedades donde la gente come mal y muchos ni siquiera comen. Aún así una celebración continua de alimentos consumidos en pésimas proporciones y de mala calidad. Lo solución diseñada fue la creación de unos octógonos negros impresos en todos los productos industriales. Una venda para un cuerpo con cáncer.
Una primera síntesis: Hay abundante alimento de mala calidad y es además bastante inaccesible.
A medias entre la mercantilización de mostrador (las identidades producidas) y un retorno a identificaciones más tradicionales y endurecidas (la Nación, Dios o la eterna familia archicitada), nuestra época puede resumirse en un único gesto: el de la «afirmación». El de pertenencia a un colectivo sustantivado a través de una lógica neoliberal. Esto ha marcado el sendero civilizatorio, al menos de occidente, de los últimos 40 años: Capitalismo, Democracia, Derechos Humanos. Esto no se encuentra liberado de tensiones, en la medida que una dimensión se excede el equilibrio sociopolítico se rompe.
Ya lo dije anteriormente, neoliberal no es una idea, es el nombre de nuestra época. El sendero que transitamos nos lleva a una sociedad construida en base a la asociación individualizada o como dice Galiano, “neoliberales, sin familia nuclear ni trabajo estable”, a los que ya no se sabe cómo gobernar. No sé qué porción de nuestra subjetividad habrá caído rendida en la pira neoliberal. Advierto, eso sí, que se yerran los puntos de partida. Ni hacer algo de nuestro liberalismo congénito (no depender de las “marcas”), ni retomar vías de solidez, certezas y reposición de absolutos. Este es el principal desafío de nuestra época, por una sencilla razón, el neoliberalismo (o lo se podrìa denominar como Hegemonía Liberal) está llegando a su fin. Este newsletter hace tiempo que se instala en otra de las vías disponibles para redefinir la vida en el planeta. Lo que yo llamo partir desde lo ínfimo.
El “Buen Vivir”
En 1759, aparece al público Francés Cándido o el optimismo, novela breve en la que Voltaire hace escarnio de la mirada optimista del mundo heredada de la monadología de Leibniz. En el relato, Cándido es expulsado de Westfalia por enamorarse de la hija de un barón, Cunegunda. El viaje que comienza entonces acumula mojones de desgracias que desmienten a cada paso la creencia de que vivimos «en el mejor de los mundos posibles», heredada de su tutor, Pangloss. A medida que los destinos de los personajes padecen una fatalidad cada vez más descontrolada (sin perder nunca una ceja de humor), ocurren terremotos, guerras, ejecuciones, la inquisición, enfermedades, esclavitud y engaños, entre otros males.
Con la pérdida de la inocencia, llega para Cándido el momento del reconocimiento del estado del mundo y, sobre todo, la hora del trabajo duro. Más que razonar, más que argumentar o discernir si las catástrofes llevaron a la paz de la alquería que habitan, ahora, al final de la jornada, se trataba de «cultivar nuestro huerto», ponerse manos a la obra. ¿Trabajaban la tierra porque Dios los hubiera colocado en el mundo para ello, para obrar el jardín y evitar el ocio? ¿Había algún fundamento mayor que hiciera necesarios, esenciales, la repostería de Cunegunda, la ebanistería de Fray Alhelí, los bordados de Paquette? La respuesta de la novela se instala en una modestia ejemplar tanto respecto a la omnipotencia de la acción humana (una dubitación que se aparta del «llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra»), su gloria, su exclamación, como respecto a un hipotético (aunque no descartado) designio divino, supraterrenal o metafísico.
En la obra póstuma de Andre Glucksmann, Voltaire Contraataca, además de un europeísmo que podría ser por sí mismo objeto de innumerables discusiones, hay un capítulo dedicado al Cándido dónde se establecen algunas premisas que comparto en este post. En primer lugar, es un error concebir a Cándido como el exponente de un programa hedonista o la cara reaccionara de un agarren la pala descomprometido. Cándido es una modulación de la voz; un “tenemos que” más humano que interdicto, sin exclamación. Actúa y resuelve de acuerdo a sus circunstancias: es generoso con las vicisitudes, las aloja y no intenta dominarlas con un canto autoreivindicativo o un sistema de interpretación universalista. Pretende lo que realiza por naturaleza el trabajo humano (incluido el literario): ordenar el caos, promover lo existente. Además, la incertidumbre, la no-afirmación que nuestra época repele, no es una forma de idiotez o ignorancia. Para Cándido no asegurar nada tampoco es una opción por el silencio zen. Cultivar y cultivarnos: poner diques al peligro, al caos indiferente de la vida, pero sobre todo –y no se trata ni del peor ni del mejor de los mundos posibles– cultivar la huerta es una manera del juego humano, de la acción política, de la producción de lo real más que de su garantía por un orden exterior absoluto, divino, o lo que fuere.
Cultivar la huerta es una manera de civilizar nuestra vida: hacerla vivible. El buen vivir es mi punto de partida, eso ínfimo a lo que aludí en un comienzo. En otras palabras, buscar promover vidas deseables de vivir; algo que la política abandonó hace tiempo con la esperanza que los derechos y el mercado pudieran resolver “naturalmente”. En esta moderación del tono hay algo más revolucionario que cualquier absoluto, que cualquier fundamento. Quizá algo –esto, pequeñísimo a lo que aludo– de ese tan criticado espíritu ilustrado europeo sea un remedio para los fanatismos, la amenaza autoritaria o la indiferencia progresista y status quo. El cultivo de nosotros mismos, de nuestros alimentos, de nuestros afectos, lejos de instituir una gestión de vida propia de esos ricachones antropológicos (la adopción de remeras oversize, reject property, el tour de cuatro meses por la amazonia, la ingesta de alucinógenos frente a un chamán hábil para facturar) se trata más bien –como afirma Fernando Savater– de una resistencia crítica, una prudencia activa contra toda barbarie arrasadora de una sistema que convierte a las personas en máquinas y a las máquinas en personas. El último párrafo de Glucksmann nos deja pensando:
Se creía que la civilización provenía de arriba, transmitida por los magos, los sabios, los santos, los conquistadores y los fundadores de imperios. Pero no, proviene de abajo, allí donde manos anónimas se esfuerzan por serenar un caos siempre naciente, cada vez distinto. Pasión contra pasión, furor contra furor, la hoguera no está cerca de extinguirse. Cándido ha olvidado Eldorado.
Ni aceptación neoliberal, ni conservadurismos integristas; ni sostener la desterritorialización como programa (en un mundo desterritorializado) ni reponer un arraigo firme en la tierra. Este es el origen de un hilo que se va tejiendo para conformar una política para el presente.
Del tekó porã al Schrebergarten
La noción que promuevo de buen vivir difícilmente se confunda con un afán de retorno o una persecución nostálgica como la que quizá defiendan pensadores como Dugin; tampoco hablo de ese turismo ecofriendly de conciencia circunstancial o un revival new age.
Buscamos en el pasado o en el futuro salvación. Demasiado progresismo o conservadurismo, o ambos a la vez. Hay un afán de odiar el presente para justificar los males implantados. Fuck that.
Indudablemente, la política del buen vivir –una política que parta de lo ínfimo– requiere una mayor explicitación, cosa que excede este blog. En el caos del presente, haríamos mal en pretender una vuelta al ayllu, las terracitas incaicas o la agricultura medieval. Todo lo contrario, reorientar el presente para modificar y plantear una alternativa novedosa lejos del campesinado feudal.
Es todo mucho más sencillo: el vecino, los amigos, la familia, el amor, el mate en ronda, el café de la esquina, cultivar la huerta… un retorno a los lazos comunitarios que permiten construir una política bottom-up y no pretender que el Estado o el Mercado resuelvan top-down nuestras vidas.
Precisé un doctorado para darme cuenta de todo lo contrario a lo que creía en mis primeros años de facultad: no hay que dejar que la discusión política arruine los lazos afectivos. La verdadera hazaña es sostener algún tipo de armonía. La (des) conexiòn parece ser un juego de suma cero entre los virtual y lo natural. Ya no podemos decir que lo virtual no es real, lo es. Pero se opone dialécticamente al mundo “natural”.
Muchos vínculos valen más que tener la razón.
En términos abstractos, la radicalización y la ruptura de los lazos sociales a través del discurso es una de las maniobras más destructivas de la política contemporánea: el aislamiento y la maximización del individuo.
Si queremos proponer algún antecedente, algún origen impreciso sobre el que fundarse (las ideas nunca las descubre uno), podríamos decir: de buen vivir se hablaba entre guaraníes, por caso. El tekó es el conjunto de costumbres y hábitos que constituyen y ordenan el vivir, es decir, el cultivo de la huerta propia; término que equivale a “cultura”.
Hay numerosas objeciones a las que da lugar una política del buen vivir, como han señalado algunos amigos. Fundamentalmente, la que parece insalvable: nunca se habló tanto de la salud del cuerpo, de la necesidad de fitness 20 minutos al día, comprar alimentos nutritivos, equilibrados y balanceados, encomendarse a las más diversas terapias, contar con guías y buscar curaciones, o de la perentoriedad de las virtudes sanadoras del viaje, los retiros y el silencio como en la actualidad.
Y, sin embargo, estamos hechos pelota.
Es importante no confundir “Buen vivir”, con hacer de una máquina al cuerpo o la salud. Una rutina fordiana de alimento, sueño, ejercicio y tiempo en pantalla. Estamos mal porque convertimos nuestro bienestar en un engranaje más del sistema.
El tekó porã salva ese hiato entre el decir y el sentir. El buen vivir es –y debe ser– una “experiencia sentida que penetra el ser y el estar”, experiencia concreta, real, que se beneficia de una voluntaria pobreza de recursos, la moderación en el consumo, la reciprocidad de bienes y palabras, la paz en la convivencia, algo de lo que San Francisco de Asís estaría orgulloso. En eso tenemos que trabajar, y, en escasísimas palabras, así puede resumirse un programa de cuidado de la huerta propia, una política de la huerta: un Voltaire guaraní.
Nuestra insatisfacción –la experiencia opuesta, a pesar de tanto marketing– advierte que el presente se parece a su contrario: una realidad pornificada, densa y abundante, que hace proliferar grupos errantes de seres humanos enchufados a la dopamina de la pornografía, el juego online, los alimentos procesados, los only fans, el delivery, el streaming, etc. etc.
Un política verdaderamente ambiciosa para nuestros tiempos es el rechazo a la violencia (discursiva) y a la pornografía de las redes sociales. El abandono como sujetos y consumidores esclavos de nuestros instintos más básicos. El abandono a la contaminación mental.
En la actualidad se denomina como jardines comunitarios, “victory gardens” (para los países anglosajones) o kleingartens a pequeñas parcelas de tierra que el Estado otorga gratuitamente para la producción de alimento para el hogar, especialmente frutas y verduras. Existe un historia muy rica y compleja en torno a estas pequeñas tierras que merecen un libro en si mismo. Para mi sorpresa, por ejemplo, el Estado suizo otorga gratuitamente a quién lo solicite, una parcela de tierra para realizar tareas de jardinería o producción de alimentos para el hogar. Solamente con el fin de promover ese tipo de actividad.
Es realmente muy llamativo, como en diversos países del mundo, en general, los jardines de los hogares tiene huertas (schrebergartens). Lo observa en casas humildes o casas adineradas
En nuestras condiciones, para adelantar aspectos ya más concretos de una política del buen vivir o del cuidado del huerto propio, digamos algo: es deber recobrar, ya no el pasado, sino el futuro. Un anti-Proust. Para ello, se sabe, hay carencia de modelos a seguir, precisamente porque la vida en los países de altos ingresos no se confunde fácilmente con el buen vivir (“La tasa de suicidios en Japón es de 16 por cada 100.000 habitantes, muy por encima de la media de suicidios a nivel mundial, que es de 9,27 por cada 100.000 habitantes”, Datosmacro).
Si se trata de algún regreso, una política de cuidado del huerto propio podría retomar al individuo para preguntarse por una vida deseable, una vida bien vivida. Se encargaría tanto de pensar la autonomía alimentaria, el desarrollo económico y la salud pública.
¿Cuál es la naturaleza de nuestra vida en comunidad? ¿Qué ámbito existe para y cuál debe demandar la contemplación hoy por hoy? ¿Qué significa el tiempo ganado o perdido? ¿Cuántas formas diversas de contaminación existen (biológica, mental, etc)? Estas son todas preguntas que conciernen a una política que parta de lo ínfimo: el buen vivir, el cuidado del huerto propio o tekó porã o schrebergarten
"Hemos delegado al Estado y al Mercado algo que corresponde a nosotros mismos".
Sacala del ángulo!!!